lunes, abril 2

Quiero vivir un cuento

Hace unos días fui al teatro a ver una función infantil. No, no tengo hijos, todavía, pero eso no viene al caso. Me gusta ver como las familias pueblan las butacas. Lo que más me agrada es ver como los niños se sumergen en la historia, como la viven y la sienten. Ahí es cuando aparece la magia del teatro. Yo como publico acepto el pacto de esos respetables hombres y mujeres que están en cima del escenario y creo con toda mi alma en lo que ellos van a vivir, y yo con ellos. Una vez aceptas su verdad, el motor teatral se acciona y nos olvidamos que estamos en una butaca, nuestro cuerpo sigue anclado al asiento pero nuestra mente está volando. Como dije antes, las funciones de los niños me apasionan. Allí, en el teatro, sucede de todo. Los actores vuelan, son animales, maquinas, nadan bajo el mar, son ogros, príncipes, damas, brujas, pueden ser cualquier cosa y estar en cualquier lugar, el escenario es mágico, estando vacío, puede ser cualquier cosa. Eso es magia y lo demás son tonterías. Cuando voy a ver las obras de los "mayores", sinceramente, me aburro, no es que no me guste, no. Son interesantísimas, tienen una trama principal fuerte, actores y actrices excelentes. Pero al fin y al cabo siempre es lo mismo: cosas de mayores. Engaños, amores, asesinatos, sexo, yo contra el mundo, el mundo contra mi y todo ese tipo de cosas. ¿Somos los mayores los que ya no queremos fantasear? ¿Son los autores los que no se atreven a fantasear? Parece que cuando llegamos a cierta edad lo que nos parecía gracioso ya no lo es tanto, y si lo es, es mejor no reírse porque "somos adultos" y los adultos no se ríen de esas cosas. Yo me sigo riendo de todo: de una caída (con perdón del que se cae y se hace mal), de un pedo, de un tortazo, de un tartazo, todo me hace reír. Los pedos son vulgares. Los adultos no nos pedemos en público. Un niño si, y si lo hace en grupo, las carcajadas están aseguradas. En el mundo de los mayores miraríamos mal al ejecutante de la acción. Así somos los mayores. Somos serios, adultos, educados, hombres civilizados. ¿Saben que? yo seré siempre un niño. La gente dice o piensa que todo lo que hacen en sociedad lo hacen libremente. Y yo me río de la libertad ¿Al fin y al cabo que hacemos? lo que todo el mundo hace. Es decir, un pedo en público en el mundo de los mayores es una falta de educación ¿Por qué? Porque todo el mundo lo dice, papa, mama, tu mejor amigo, tu novia, tu abuela, todos. Ahora bien, entonces ¿quien establece lo que esta bien y lo que esta mal? No lo sé. Sólo sé que los niños no se preocupan por cosas de ese tipo y son tremendamente felices. Yo quiero ser feliz. Muchas veces pienso que los que no se tiran pedos no son felices. Para mi los pedos es la voz de nuestro organismo. Nunca hay que callarse nada, hay que hablarlo todo, soltarlo todo. Eso me lo enseño mi abuela. Las cosas malas buenas y malas, fuera. Hablando de mi abuela, ella nunca perdió la niñez. Todos los días se comportaba como una niña, reía, jugaba y cantaba. Sólo la vi llorar una vez, la noche en que mi abuelo falleció. Creo que mi abuela duro muchos años porque siempre fue feliz, tenía la piel espléndida, firme, sin arrugas. Ella decía que era por que sonreía mucho y bebía mucha agua. La risa y la agua para ella lo esencial, lo demás aparece sólo. Me gustaría encontrarme con ella, mi abuela, comprando el pan y poder irme al parque a hablar de muchas cosas que nunca hable. Por eso me gustaría que fuerais siempre felices y que habléis cuanto necesitéis y más. porque a veces no nos damos cuenta de lo que necesitamos. Y a los dramaturgos que escriben obras para mayores también me gustaría animarles a que volaran, a que volvieran a ser niños, el mundo de los adultos, todos lo sabemos, no es tan bonito como en los cuentos. Por eso en el teatro quiero vivir un cuento.